top of page

Las Distracciones de Poseidon

  • Foto del escritor: Fabian Zanardi
    Fabian Zanardi
  • 13 dic 2018
  • 9 Min. de lectura

Una ciudad húmeda, hasta en la sequedad. Calles con adoquines lustrosos, brillantes de gotas reflejadas por las tenues luces de un alumbrado cansado. Aun no se hablaba de leds y esas cosas, era la época del mercurio, que tardaba en encenderse casi tanto como la pasión en los sin tacto.

Enredado entre calles idénticas, los frentes se hacían uniformes, extenuantes, sombríos y grises de ocres. En medio de esa cuadra, una más de las tantas de la calle Grecia, un modesto edificio con frente de vidrio y marcos de madera barnizada, tenía con apenas unos 3 escalones, el acceso a la estrecha entrada del edificio.

Las perillas doradas, cuidadosamente pulidas a diario por el encargado, hacia juego con los complementos, también dorados, adosados en las paredes de un granito amorronado. El buzón, tenía un tenue borde más oscuro que escapaba de las pulidas como desertor del brillo.

El freno hidráulico que evitaba el portazo por la espalda, hacia eterno e impredecible el tiempo en que se iba a cerrar la puerta pesada y vidriada en dos hojas.

Daba tiempo a que el individuo llegara hasta los ascensores de puerta plegadizas, de esas que parecen una sucesión de tiras metálicas en diagonal cubiertas por varias capas de pintura gruesa y de color beige y algunos más que escapaban por las raspaduras, delatando su tinte anterior.

Un velador desvencijado, apoyado sobre una mesa de apoyo delgada y decorativa, completaba el mobiliario de categoría de la entrada. Un escritorio de aspecto museológico, con una silla gastada, marcaba el despacho del encargado dejando rastros de tinta de diario matutino sobre el grueso y rayado vidrio que protege la superficie (para que la madera no se estropee, dicen algunos) del mueble conservado con parches y arreglos evidentes en tonos varios.

La luz del ascensor iluminando el otro lado de la ventanita rectangular reglamentaria, con dos varillas redondas a modo de enrejado, sumando a un ruido de maquinaria detenida contra su voluntad, marcaban el arribo del habitáculo a la planta baja, al tiempo que la luz colorada de acrílico reseco, se apagaba. Por cierto, no recuerdo que una sola vez haya encontrado el ascensor en planta baja cuando quiero subir, como así tampoco jamás esta en mi piso, cuando quiero bajar. Algún extraño conjuro gitano quizá, o simple casualidad perpetuada, o quizá nunca le di bola y hoy me pinto reflexionar sobre eso, posiblemente porque tengo unas ganas terribles de ir al baño después de un largo trayecto a casa. Es que hay días que la ciudad es un caos a fuego lento, algo así como un caos tiernizado y hervido en mi propia salsa.

La puerta tijera (prohibidas por cierto por haber mutilado o al menos intentar hacerlo a muchas personas) ahora es un extraño engendro adaptado a un interior de escasas dimensiones. Al menos no pellizca ni me aprieta los dedos pero me hace entrar medio de costado. El otro ascensor directamente no funciona, lo decidió así el honorable consorcio del edificio, entre gritos y reproches una noche fría de invierno y reunidos en congreso general constituyente amuchados en el hall que se había convertido en un infierno de miserias y genialidades. Recuerdo perfectamente ese día porque baje a buscar la pizza que había pedido al delivery en plena sesión, la convocatoria estaba pegada en el ascensor y decía asamblea ordinaria, y vaya que era ordinaria, muy ordinaria.

Me alegre de ser un simple inquilino sin derechos que pretendía pasar desapercibido a buscar su pizza, pero el aroma debe haber despertado la voracidad de los propietarios porque cuando subía escuchaba los gritos en aumento con un elevado tono de discusión.

La botonera del ascensor, como no podía ser de otra manera, muestra claramente el paso de los años. Dicen que algunos de los botones fueron canibalizados del ascensor jubilado. Aprieto el número 7, y con la parsimonia de un buey cansado, emprende el ascenso como con fiaca. El espejo infaltable con marco de varillas, también doradas y con tornillos a la vista, tiembla un poco en el arranque. Los laterales con un color semi amarillo vintage, con algún que otro raspón y ralladura casi intencional, arranca hacia la altura lentamente.

Se detiene y deja un sube y baja leve en su tensión acompasada, hasta que frena abruptamente dejando un rebote leve por unos instantes. La progresión numérica de formato digital deja en claro que finalmente he llegado a mi piso. Dudo porque siempre queda medio desfasado, como un escalón de escalera más abajo. Pero la puerta abre y quiero salir rápidamente.

La relación que he tenido con el agua, siempre ha sido particular. Recuerdo haber tenido una infancia muy húmeda, salpicada de accidentes con agua en casi todo momento. Muchas de esas memorias se las llevo la corriente, poco me acuerdo de algunas situaciones.

Mi nombre posiblemente haya predestinado, quizá, algo de esta relación. Mi nombre es Raúl y mi apellido es Mares, y casi con 30 años tengo asumido ese apodo que todos arrastramos con mayor o menor alegría. Que mi círculo íntimo me llame ¨Poseidón¨ fue culpa de un tío ocurrente que entre risas en una reunión familiar, vio como caía de cabeza en una Pelopincho que teníamos en el jardín. Estaba bastante fresco para andar metiéndote en una pileta, y encima con 7 años esa pileta parecía inmensa. La pileta estaba tapada, con agua dudosa, cubierta con una media sombra rustica y unos palos cruzados para que la sostengan.

Mi caída estrepitosa no dio tiempo siquiera a reaccionar a nadie, cuando todos miraron hacia la Pelopincho, vieron una imagen saliendo de las aguas, con una capa (media sombre rustica), y un palo como bastón. En el hombro un sapo se acomodó casi casual y allí quede parado frente a todos con mi disfraz de Poseidón con rastros de algas y mugre de la pileta de lona. Esta fue mi primera incursión al Cosplay.

Mi tío jadón, la alegría de las fiestas, el ocurrente que con voz alta siempre dejaba en ridículo a todo quien pudiera, empezó a gritar "míralo a Raulito, parece Poseidón". Dudo que sepa quién era Poseidón, de lo único que sabía algo era de caballos y su lectura obligada el Palermo Rosa. Insoportable y con un look amarronado con cuero barato (cuerina) y camisas de cuellos como alas de Boeing. El tío Alfredo, me bautizo ese día, y posiblemente selló un poco mi destino, mejor dicho, lo afianzo.

Curioso que el tío Alfredo haya muerto dos años después, una tarde cuando salía del Hipódromo de Palermo y se iba caminando hasta Puente Pacifico a tomar el tren, una tormenta arrolladora vació toda su vejiga en una catarata errática de dos horas.

La zona como era habitual, desbordaba rápidamente el arroyo Maldonado que corre bajo la Av. Juan B Justo, y hacia que el agua crezca bajo el puente hasta dejarla como si fuera Venecia. El Tío Alfredo, refugiándose de la lluvia se metió en la pizzería de la esquina a comer una porción de muzza acompañada con un vinito.

Parece que de pronto, ve que un camión volcador venia enfilando a la zona inundada con intención de pasar hacia el otro lado (imposible de hacerlo caminando), y salió corriendo entre los vehículos detenidos en busca de un lugar en el camión que lo lleve seco del otro lado de ese rio improvisado. Cuando la zona se ponía asi, los autos, colectivos y casi todos los vehiculos quedaban de un lado o del otro, solo algunos camiones se animaban a este “cruce” y muchos transeúntes se colaban encima para llegar del otro lado. Siempre me impresiono que si esta zona tenían uno o dos metros de agua sobre la calle, el Subte quedaba completamente inundado varios metros abajo!.

A lo mejor por los vermouths y vinos que tenía encima, no pudo sostenerse adecuadamente y cayo debajo del camión que entre las olas dejo una mancha roja y una porción de pizza flotando junto a la tapa del Palermo Rosa que se iba hacia la alcantarilla arremolinada.

Ahora más allá de eso, siempre a lo largo de mi vida los eventos con agua fueron algo frecuente.

El maldito vaso plegable, ese que eran una sucesión de aros de diferentes tamaños, siempre, pero siempre se me desarmaba cuando estaba por llegar con el líquido a mis labios.

En los bebederos del patio en donde teníamos recreo, siempre salía un chorro a presión descomunal cuando yo quería usarlo.

Cuando iba al baño, tiraba la cadena y siempre terminaba rebalsando el inodoro o cayendo agua por el deposito del baño. A los mingitorios directamente no me acerco porque las consecuencias pueden ser brutales.

En la fiesta de egresados del colegio primario, la fiesta se hacía en una quinta muy linda. Obviamente pase lejos de toda fuente, pileta o lugar cercano a las aguas para tratar de llegar a la entrega de diplomas seco. Pero cuando estaba esperando mi turno debajo de gazebo que habían instalado, el agua acumulada de la lluvia de la noche anterior, abrió la costura de la lona sobre mi cabeza y dejo caer una bolsa de agua de lluvia justo antes de que me toque subir a recibir mi diploma.

Lo único bueno de todo esto, es que aprendí a nadar casi de forma natural, cuando todos andaban con flotadores y aferrados a los bordes yo ya andaba como un pez. Es más, allí fue cuando pensé en hacerme guardavidas ya que evidentemente era un lugar confortable.

Sea lo que sea que haga, tenía que estar cerca del agua. Era su llamado y debía atenderlo.

El tiempo fue pasando y las sucesiones de hechos relacionados con el agua me fueron acompañando por toda la adolescencia. Mi primer beso fue bajo la lluvia, mi debut sexual en un hotel de alojamiento provoco una inundación al romperse el colchón de agua (posta que fue así). Mi primero novia se llamaba María del Mar, dejamos de salir cuando se fue a vivir a Valeria del Mar con los padres.

Mi segunda novia Delfina, se fue a vivir a San Clemente cuando el padre consiguió trabajo en Mundo Marino. Por lo menos me daba un par de entradas gratis cada uno meses.

Mis amigos no me querían dejar tomar alcohol, porque dicen que "marea". Unos pelotudos importantes. No voy a entrar en detalles pero nos los volví a ver, desaparecieron un fin de semana que habían ido a pescar a Villa Paranacito, salieron en las noticias y todo, los buscaron por varios meses, prefectura con lanchas, helicópteros, creen que se emborracharon y cayeron al río en medio de la noche.

Así que después de todo este tránsito me dedique a estudiar y a ver que rumbo la daba a mi vida. Pase por varios trabajos y digamos que tengo una vida normal, los sucesos con el agua son menos exagerados pero siguen estando.

Vivir en un departamento de la calle Grecia, me da una especie de familiaridad filosófica, la protección de los dioses de la mitología que a veces se distraen y me dejan hacer una vida normal o relativamente seca.

Pero creo que mi afición a la filosofía y esos temas relacionados a los dioses de la mitología griega eran perjudiciales para mis situaciones acuáticas. Tenía muchos libros sobre filosofía griega, y me convertí en un estudioso de temas relacionados, y las consecuencias no tardaron en aparecer.

En algunos casos eran poco perceptibles y podrían se caratuladas como casualidades, pero rápidamente la sensación de casualidad se disipaba con las consecuencias mas variadas de mi vida a los 20 años de edad.

Este departamento de la calle Grecia 7A, lo alquilo desde hace un tiempo a una amiga de mi abuela que se estaba por mudar al exterior. A un módico precio, casi simbólico que permitía que pueda pagarlo. Fue mi independencia soberana y aquí es donde fue mi primera morada desde de irme de mi casa familiar.

La calle Grecia, piso 7 (como los 7 mares, y depto A (de Agua). Podía ser una absoluta casualidad. Por cierto la amiga de mi abuela que me dio la posibilidad de vivir en este departamento se llama Maria Marina Alga.

Por la esquina de casa pasa la avenida Atlántica, enfrente tengo una farmacia Zeus (Hermano de Poseidón), el portero tiene de apellido CRONOS (Padre de Poseidón).

Durante el primer año en el edificio se rompieron 8 veces los caños de agua del departamento de arriba, lo que provoco una inundación profusa en mi departamento. Los chorros de agua caían por las paredes y se escurrían hasta el balcón cayendo como una catarata urbana hacia la calle.

De las mascotas prefiero no hablar, porque es un tema que realmente me pone muy triste, pero solo comento que busque muchas alternativas para tener una mascota con los finales más diversos y situaciones extrañas, hasta que en un momento crei haber encontrado la solución. Compre una pecera, tenía una lindo Pez Payaso (Como Nemo), y estaba todo sobre rieles, porque pensaba, imposible que es pez se ahogue. Pero una tarde llegue a casa y encontré la pecera completamente vacia, un charco de agua en el suelo que se había escurrido por la junta de silicona. Obvio que el pez payaso estaba entre las piedras absolutamente muerto. Y en la baranda del balcón, una paloma con un cacho de silicona en el pico.

Si iba a la nieve, se derretía, si iba al mar, se enfurecía, a mi no me afectaba, pero si generaba consecuencias a los que me rodeaban.

Por ello deje todo lo relacionado a la filosofía griega, saque todo libro y todo elemento que pueda proporcionar información sobre la mitología. Hice un esfuerzo extremo para dejar de razonar sobre el tema. Mi vida estaba condenada a ser normal solo cuando las distracciones de Poseidón me permitían ser un simple mortal.

Por cierto, todos tenemos nuestro Poseidón, nuestra condena racional, y cada tanto, solo cada tanto, aprovechamos las distracciones para jugar un poco a ser normales.

Vieja, pásame el tridente que salgo un rato…

Retrofilo Dic/2018

Comments


bottom of page