Cabriole (conversiones de hartazgo)
- Fabian Zanardi
- 4 mar 2008
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 22 abr 2021
"Pero la puta madre", digo pegando un grito en medio de la multitud que inmediatamente gira su rosto para mirarme. El interior del vagón era realmente un infierno, en un día de verano el aire acondicionado no funciona con tan sólo 34 grados. Las ventanas cerradas herméticamente no hacen otra cosa que dar una sensación más próxima a un Tupperware que a un medio de transporte público. Por lo bajo, y aún retumbando mi grito, se escuchan murmullos que repiten mi frase, diseminándose como esos juegos que se hacen con las fichas de dominó que van cayendo empujándose una a la otra. Miro los rostros sofocados y sudorosos, con gotas de transpiración corriendo por sus pómulos brillosos. Algunas de las damas con un dejo pálido en su cara denotan que la presion les está haciendo pasar un mal momento. El mismo aire es respirado una y otra vez por cada uno de nosotros, el apretujón constante nos hace parecer una masa compacta de cuerpos doblegados por el encierro. Frente a mí, una señorita de ojos marrones, parpadea mirándome casi de reojo. Una sutil sonrisa cómplice deja escapar como en diálogo privado. Sin hacerme el distraído, cambio mi rictus de enojo por un guiño manifiesto en una expresión amigable. El movimiento del tren ayuda a que quede a mi lado, pegando su brazo contra el mío, y torciendo su cuerpo para quedar casi de frente en una multitudinaria intimidad. Disimuladamente recorro de abajo hacia arriba su figura, desde sus zapatos negros, clásicos como Bach que no hacían más que delinear sus piernas en cuervas mortales y despojadas de pudor, hasta una delicada hebilla en la inmesidad de su peinado. Un vestido apenas por debajo de la rodilla, escalaba su cuerpo para rematar en una V redondeada por su escote. Un sudor frio me recorre el cuerpo y prácticamente pegados quedamos mientras terminaba de reacomodar su rostro en mi memoria. Unos labios delicadamente pintados, un rubor apenas perceptible, y sus ojos.. Ay esos ojos, cada parpadeo hacía que se oscurezca el vagón (cursi pensamiento por cierto). Así pues, una leve sonrisa compartimos, nos miramos a los ojos fijamente. Una leve carcajada se nos escapa, y nos miramos como esperando a ver quien tomaba la inicitiva. Ella mueve su brazo rozando mi cuerpo y la adrenalina ya había invadido mi ser casi por completo. Veo su mano orientada hacia su escote. Por un momento se detiene, alza la vista y nuevamente nos quedamos congelados. -No hacen falta palabras… me dice afirmando y dando por sentado que a los dos nos pasaba lo mismo. -Mirá que si empezamos no hay vuelta atrás… le digo con tono de aviso. -Yo estoy decidida y vos? Me dice casi al oído. Mejilla con mejilla quedó en claro que definitivamente estabamos pensando en lo mismo. Ella continúa moviendo su mano hacia su escote, yo meto mi mano en el bolsillo externo de mi saco. -Decime cuando empezamos, le digo dulcemente. -Cuando vos quieras me responde disfrutando el momento. Asi fue como sacamos nuestros abrelatas, yo abro mi portafolios y comienzo a repartir esas pequeñas piezas metálicas como si fuera cotillón de carnaval carioca. Ella saca de su bolso otra bolsa colmada y hace lo mismo. Los abrelatas se fueron distribuyendo entre la gente que estaba en el vagón hermético como si fueran hormigas en el parque. El murmullo comenzo a cobrar fuerza, y casi como un cantito de cancha de fútbol se comenzó a escuchar "lo hacemo cabriole… lo hacemo cabriole". Así fue como de poco, con las pequeñas acciones de cada persona que estaba en el vagón, fuimos desprendiento los laterales. Como si de una lata se tratase se podía ver el corte mordido irregular que se iba delineando horizontalmente dando la vuelta por completo. Nosotros, como dos extraños que éramos, terminamos haciendo lo propio pero con nuestras manos unidas como comunicando por los poros el placer que nos daba nuestra acción liberadora. El tren ya tenía una velocidad importante y estaba circulando raudamente hacia la primera estación del recorrido. Es un trayecto largo, limpio e ideal para la conversión mancomunada. Ya casi está!!! se escucha desde algún lugar del vagón, y se siente un ruido de hierro desprendiéndose estrepitosamente. Con la velocidad y el vagón partido al medio, con un leve empujón hacia arriba alcanzó para que el viento lo confunda con el ala de un avión. Así fue como vimos volar la mitad del vagón que nos asfixiaba y sentimos como el aire pegaba en nuestros rostros. Lo vimos caer hacia un costado, desarmándose y chillando en la tierra. Con trozos de ventanas ahumadas desarmándose en astillas y salpicando de brillos la polvareda. Casi mágicamente, los rostros grises, cansados y sudorosos, cobraron vida dibujando una sonrisa uniforme e invasiva. Nos miramos sin soltar nuestras manos, levantamos el abrelatas y todo el pasaje del vagón hizo lo mismo mientras se escuchaba de fondo "lo hicimo cabriole… lo hicimo cabriole". Con una carcajada festejamos nuestra obra, guardamos nuestros abrelatas, nos miramos fijamente y nos dimos un beso en la mejilla. -Fue un gusto viajar con ud. Me dice mientras roza mi cara. -Lo mismo digo, respondo entre sus cabellos arremolinados por el viento. No cruzamos ni nuestros números telefónicos, ni nuestro mail, ni nada, sólo sabemos que nos une un abrelatas y una situación absurda. Vemos como el tren va aminorando su marcha y, como si fuera un desfile, los rostros perplejos de la gente que esperaba en el andén y encontraron en medio de una formación hermética, un coche cabriolet en donde se respiraba aire fresco. Conveniente por cierto para la mayoría de los días, siempre y cuando no llueva.
Retrofilo. 4/MAR/2008
Comments