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Historia sintética de un payaso normal

  • Foto del escritor: Fabian Zanardi
    Fabian Zanardi
  • 18 sept 2018
  • 5 Min. de lectura

Desde chico, desde que por primera vez vio alzar esa carpa en la canchita de fútbol, el supo que el color era su destino. Pensando que el cromatismo era su camino, comenzó a accionar consecuentemente buscando en armarios el arsenal que según pensaba era su destino.

Así fueron pasando los primero años de su vida, esperando que la canchita de futbol pierda su forma, albergando por unas pocas semanas el círculo central desde el que iniciaban los partidos a la tolderia mágica.

El círculo central, demarcado por momentos con lengüetazos de cal, era la génesis de la tercera dimensión del potrero llano. Ahí, en ese exacto lugar año tras año, era clavado el poste principal de la carpa. El, aunque veía claramente la maniobra de los empleados del circo, se quedaba a la distancia tras una ligustrina que tapaba el ras del piso y a los operarios… a él le gustaba disfrutar ese momento como un acto mágico despoblado de fuerza humana y poleas, prefería pensar que un acto divino era quien ponía el poste central de la carpa. Frente a sus ojos, con el pasar de las horas, una cordillera con rayas blancas y rojas, se alzaba hasta cambiar el marco del pueblo.

Claramente, los días en los que el circo estaba en el campito, lo tenían primero como espectador y después como un integrante más del equipo a medida que fueron pasando los años. Así fue como primero salía con una bolsa llena de panfletos promocionales, los repartía por el pueblo del que nunca supo el nombre. Acomodaba fardos de pasto, sillas, y miraba como los artistas preparaban la función, se convirtió en el “pichón” como le decían todos. Un día tuvo su experiencia más cercana a la muerte, un cuchillo le corto un pedazo de oreja al haber sido obligado a pararse contra la madera pintada que actuaba de blanco de práctica del nefasto lanzador de cuchillos ebrio que nunca más volvió a ver.

Nada se sabe de sus padres, de su familia, de donde vivía,solo se sabía que cuando estaba el circo en el pueblo cuyo nombre nunca supo,el estaba ahí. El resto del tiempo se lo veía ocasionalmente sentado en el círculo central, inmóvil y solo esperando, hasta que los chicos que querían jugar fútbol lo corrían a piedrazos.

Todos podían pensar que el circo era su lugar, todo el barrio lo pensaba en realidad. Hacían apuesta sobre el destino del pichón, y veían como todos los años iba haciendo modificaciones en su atuendo especial para esos quince días, y fue pasando desde el disfraz con todos los cliches de los payasos mutando hasta jeans, zapatillas y remera blanca.

La gente del pueblo ya conocía al pichón y sin entenderlo hacían comentarios como… este chico nació para el circo, es un payaso de alma, se va con el circo en cualquier momento, comentarios similares y de los mas disparatados incluso salían en el diario del pueblo que tenía menos noticias que un documental. Nunca se dieron cuenta que en realidad, lo único que hacia el pichón cuando hablaba con ellos, era… hacerlos pensar.

El Pichón, solo una vez, se puso una nariz de payaso… un día que en una función se enfermo uno de los payasos enanos y le enchufaron a el una nariz, lo pintaron burdamente y lo sacaron a la pista principal a ser artista por un rato. Aun así, todos lo ven como si siempre tuviera nariz de payaso, mientras el se pasa horas sentado en la mesa de siempre del bar del pueblo del que nunca se supo su nombre a hacer garabatos en su cuaderno secreto con el lápiz gastado de trazos.

Y si, finalmente un día se fue, hizo perder las apuestas a todo el pueblo. Menos mal que eran apuestas incuantificadas porque de lo contrario hubiera producido una crisis económica local, pero eran esas apuestas verbales, apuestas de aburrimiento y poca vida propia. No se fue con el Circo como todos decían, se fue un día después y para el otro lado.

En la mesa del bar que solo el usaba quedo una nariz de payaso roja, nueva, tan nueva que nadie vio. Cada uno después comenzó a inventar historias con él, anécdotas en común jamás ocurridas, salidas y borracheras compartidas, amistades y hasta fotos instantáneas muy borrosas.

Se abre la puerta del ómnibus, primer contacto con el piso de la ciudad, un chicle en el piso le da una rara sensación, una especie de caca pegajosa y rosa que le dificulta caminar. Respira profundo y una nube de humo negro que sale del escape de un once-catorce inaugura de hollín su respirar inexperto.

Acostumbrate Pichón, la calle esta regada de chicles, le dice un viejo tirado en el piso con atuendo gris y nariz de payaso, mientras tose. Fue caminando unas cuantas cuadras hasta que encontró una pieza para alquilar. En el trayecto fue conversando con gente, ahí se dio cuenta, cada una de las personas con las que hablaba quedaba inmediatamente después de saludarlo, con nariz de payaso roja.

Para una ciudad tan grande con esta, es una ventaja poder identificar con quien fue hablando. Todos los que habían conversado con el tenían la nariz de payaso. Con el tiempo y mientras con mas gente hablaba, ya era un problema porque había demasiadas narices rojas, ahora no tenia el problema de saber si había hablado con alguien o no, ahora lo importante era saber cuando había hablado y que había hablado.

Así pasaron los meses, ya veía que estaban todos con narices rojas, entonces se preocupo por primera vez. Decidió hacer una visita a un médico, en la sala de espera todos con narices rojas, la secretaria también, abre la puerta el Dr. y dice en voz alta…. Pichonnnnn.

Se da, vuelta y cuando lo mira se da cuenta que no tiene nariz roja, se le escapa una sonrisa. Entra al consultorio y cuando el Dr. se sienta, saca del cajón una nariz roja y se la pone. Pichón lo mira extrañado, como pidiendo algún tipo de explicación y el Dr. le dice “En esta ciudad son todos unos payasos, a mi no me sale naturalmente pero me obliga el sindicato, por ello tengo que usarla, eso me convierte en un payaso mas”.

No se quedó a esperar la receta ni la orden, ni para hacer los estudios, ni nada. Salió caminando en busca de gente normal aunque el problema es como identificarlas. Ya sé, las narices, los que no tienen narices rojas son los normales entonces, pero la teoría se fue al tacho rápidamente. Claro, la normalidad en ese momento era no usar narices, después se empezó a usar narices rojas, eso quiere decir que lo normal es una moda.

El Pichón, se metió en un bar oscuro, sonaba una banda de fondo de gente sin narices rojas. Por fin la normalidad pensaba mientras sonreía y tomaba un trago moviendo sus pies al ritmo de la banda. La gente de las mesas restantes conversaba entre sí, reían, seducían, se contaban secretos, y volvían a reír mientras brindaban. Ninguno lo llamo Pichón lo que lo inquietó un poco pero como estaba extremadamente feliz, pensaba para sus adentros por fin encontré un lugar con gente normal.

Suenan los primeros acordes de un blues seductor, toma un trago de cerveza, mete la mano en su bolsillo y saca una nariz de payaso negra que se pone en la oscuridad, sonriendo con sus dientes blancos en el rincón.

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